A menudo lo real e imaginario se confunden y, al dirigir nuestra mirada al mundo, no sabemos exactamente qué vemos. Y no solo esto, pues la mayor parte de las veces no vemos; miramos, pero no vemos.
Una parte importante de la diferencia substancial entre ver y mirar es que lo primero te permite comprender la esencia de lo visto, presenciar su verdadera naturaleza y entenderla, además de situarla en el contexto de tus propias vivencias justo en el lugar que le corresponde. En definitiva, ver es una cualidad de la conciencia. Mirar, sin embargo, es presenciar la superficialidad de un acontecimiento confundiéndola con la naturaleza del mismo. Mirar no es ver porque mirar es una acción y un hecho, no es la cualidad propia de esa acción y de ese hecho. Mirar no es contemplar en el fondo de lo que tienes delante, es conformarte con lo externo y creer que lo externo es lo substancial. Por lo tanto, mirar todos miramos, pero ver no todos vemos.
Lo imaginario y lo real es, las más de las veces, una cuestión de perspectiva. Otras es una cuestión de conocimiento. En ocasiones una cuestión de experiencia, y de dónde pones el foco de tu atención primordial y de tu conciencia.
Por lo general se nos dirá que lo real tiene la cualidad de ser algo que es compartido objetivamente por la generalidad de los seres. Mientras que lo imaginario o no real pertenece a un ámbito restringido y no compartido consensuadamente por el común de los mortales.
Así las cosas lo real lo es por el simple hecho de formar parte extendida de los seres, que comparten una experiencia común o la interpretación de una experiencia común. Sin embargo, es este un concepto erróneo desde la raíz del propio planteamiento, pues la realidad no puede definirse como un estado de cosas que es generalmente aceptado como tal.
Lo que es y no es real ha de definirse por la substancialidad de los fenómenos que conforman la existencia de un individuo. Algo no es real porque tenga identidad física, o porque se haya definido en algún nivel y en el tiempo. Algo es real porque tiene capacidad para modificar el entorno o al observador.
Si algo no tiene capacidad para conmover la dinámica de los acontecimientos y de las mentes que lo contemplan es porque no es real. Así podríamos decir que lo real es aquello que tiene substancialidad propia, y que es capaz de manifestarse de manera independiente en el entorno y que, básicamente, genera efectos en él.
Lo irreal, por el contrario, es aquello sin identidad propia e inexistente sin medio, soporte o capacidad de interactuar. En definitiva, si el observador no existe el objeto no existe.
En el ámbito de lo real el objeto existe aún cuando el observador no exista.
¿Y puede un fenómeno existir sin ser real?.
La existencia es el contexto donde todo fenómeno se manifiesta, real o no. Para que una gota de lluvia se estrelle contra el suelo, el suelo debe existir. Caso contrario, aun cuando la gota tenga una existencia definida y certera, caerá indefinidamente en el tiempo, pero nunca golpeará el suelo. La gota es real, pero la inexistencia del suelo niega el fenómeno que queremos percibir.
Desde otro punto de vista, contemplar cómo el suelo golpea la lluvia implica cambiar el nivel del observador, que ha decidido modificar la perspectiva de lo que acontece. Sin embargo, si el estrellamiento se produce bien poco importa el punto de vista, pues el hecho objetivo del choque de ambos elementos tiene lugar.
En el contexto de lo que estamos hablando, este acontecimiento es real y tiene substancialidad. Sin embargo, las dos perspectivas valoradas no son reales, son perspectivas de un acontecimiento certero, real. Pero no siendo reales existen.
A la hora de valorar lo posible y lo imposible, lo que puede suceder y lo que no puede suceder en nuestro medio, en nuestro universo, en el acontecer de nuestras vidas, tiene una interpretación muy similar, pero con una salvedad extremadamente importante: La cualidad física de nuestras vidas la definen como la sucesión de acontecimientos inmutables en el tiempo, no intercambiables, y sin posibilidad de variables una vez consumados. Sin embargo, podría atreverme a asegurar que este planteamiento está incompleto. Sobre todo porque interactuamos con otros espacios físicos disonantes con respecto del nuestro y que, a veces, interactúan y se imbrican con él aportándole de manera transitoria cualidades extraordinarias. Y quizás muchos de nosotros hemos tenido, en algún momento, fehaciente prueba de ello.
Lo extraordinario forma parte del contexto de lo real y de lo posible, y de lo que existe. En un nivel avanzado de la conciencia esta puede modificar el entorno porque sintoniza con realidades, con espacios, que conviven con nuestro entorno, pero manteniéndose en paralajes diferentes. Algunos de estos espacios tienen comportamientos, dinámicas, diferentes con respecto al nuestro habitual. Habitados por seres físicos, con cualidades físicas diferentes a las nuestras, a veces intervienen en nuestro entorno, mostrando singularidades que para nosotros rozan lo irreal. Sin embargo, existen y son reales.
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