América, el Nuevo Mundo, es un continente en plena juventud que quizá hoy se encuentre en una prolongada adolescencia, dejándose crecer y madurando, esperando llegar a una adultez que deberá darle el protagonismo que merece y debe asumir.
Sin lugar a dudas, América no conoció mejores tiempos que los prehispánicos, que los precolombinos. Sin duda, su tiempo de las luces tuvo lugar en una época en la que, desde luego, los europeos aún no habíamos pisado el continente..., al menos oficialmente. Muy probablemente sus costas fueran secretamente acariciadas por navíos templarios. Y, con anterioridad, por navíos procedentes del norte de Europa y sus aguerridos vikingos. Y, mucho antes (como parece demostrado también), por embarcaciones asiáticas procedentes de la lejana China. Y, en cualquier caso, los conocidos mapas de Piris Reis son, en sí mismos y por si solos, un descarado desafío a lo que conocemos de la historia y, consecuentemente, sobre el descubrimiento del Nuevo Mundo y los pueblos transoceánicos que lo visitaron. Aunque, a pesar de todo, América aún está por descubrir.
Hablar de América es hablar de un gran durmiente que espera despertar. Pero pisar América es abrir los ojos de par en par.
No me sentí lejos de casa. De alguna forma nos sentimos en casa. Quizá la proximidad anímica de sus gentes o la ausencia de diferencias idiomáticas contribuyeron a ello. Pero América se nos antojó como una gran casa de puertas y ventanas abiertas, una gran casa, como si fuera la gran casa de los hombres y mujeres libres del mundo.
Por otro lado, visitar Perú no era otra cosa que hacer realidad un sueño. Y si el objetivo de los sueños no deja de ser otro que convertirlos en sueños hechos de vida real, visitar Perú y encontrarnos frente a frente con sus misterios, con su extrema lucidez y la extrema gallardía de los Andes, no fue otra cosa que el resultado de soñar despiertos y despertar soñando, y soñar después con regresar.
Este tipo de viajes son siempre para mí estratosféricos. Dice mi mujer que Europa es como una casa excesivamente amueblada. Y que, sin embargo, América es un hogar abierto y despejado. Añado yo, cerrando ahora los ojos y dejándome llevar por el recuerdo, que quizá el aire corre allí como en ningún sitio, acaricia el rostro como en ningún sitio, y te presta la sensación de espacio abierto y libertad que ni siquiera las grandes extensiones de la meseta tibetana nos han dado.
Y si en Perú hay un lugar emblemático, icono de una cultura, de un tiempo, y de un misterio, ese no es otro que Machu Pichu.
En 1999 nuestro espíritu aventurero se alimentaba de una innata avidez por lo nuevo, por lo desconocido y por lo mistérico..., tal como hoy. Pero era nuestro segundo gran viaje a otro mundo, y comenzamos a convertirnos en devoradores de kilómetros. Quizá América ha sido muchas cosas en el pasado, y en el presente sigue siendo un lugar donde la naturaleza, las tradiciones, los dioses y las más sagradas preguntas conviven con la cotidianeidad más inmediata.
Machu Picchu está situada a unos 120 km. al noroeste de la capital del antiguo imperio inca (Cusco). Viajar desde aquí hasta la ciudad perdida de los incas fue toda una aventura. Un vetusto tren, seguro que el único en el mundo que cubre parte de su trayecto marcha atrás, fue el encargado de llevarnos hasta la localidad de Aguas Calientes. La difícil orografía de la zona hace que el trazado viario haya sido en parte de su recorrido diseñado en zigzag, a fin de evitar tener que rodear toda una tremenda y descomunal mole montañosa para superarla.
Todos nos mirábamos sorprendidos cuando el tren paraba en seco y parecía desandar marcha atrás el camino recorrido hasta el momento. La selva atravesada, a veces bordeando el río Urubamba hasta llegar a la citada localidad de Aguas Calientes, en plenos Andes Amazónicos, quedó empequeñecida cuando comenzamos el ascenso hasta la perdida ciudadela en un microbús que, en su recorrido, se esforzaba en compartir espacio con la espesura. En un suspiro el sagrado río Urubamba (antaño llamado Willka Mayu o Río del Sol) empieza a empequeñecer en la distancia, a convertirse no ya en una serpiente, sino en una vulgar lombriz que serpentea entre unas sorprendentes montañas.
A partir de este momento comenzamos a tomar conciencia que el sueño de pisar alguna vez Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas, empezaba a hacerse realidad.
En cuanto a su historia, algunos afirman que su construcción (correspondiente al apogeo del Imperio Inca o Tawantisuyu, entre los siglos XV y XVI) se debió a la necesidad de contar con una fortaleza oculta desde la cual combatir a los españoles y que, incluso, el mismísimo Manco Capac II la utilizó como acuartelamiento. Otros la califican como ciudad de vestales, al tiempo que también se habla de Machu Picchu como ciudad ceremonial y de recogimiento, de acceso muy restringido, salvo en periodos de festividad (visión esta última que se me antoja más certera). También se dice de ella que fue construida como refugio y morada de la aristocracia inca en caso de un eventual ataque de los invasores españoles. En cualquier caso, lo cierto es que aunque estos anduvieron muy cerca, no la encontraron, lo que parece indicar que ya para entonces había sido abandonada y absorbida por la selva.
Caminar por esta ciudad es todo un gozo, toda una experiencia. Disfrutar de esta ciudadela en absoluto en ruinas, contemplar admirado el lugar donde se amarra al Sol (el Intihuatana) , comprobar cómo en el mismo diseño de esta fantástica ciudad y en la orografía de sus montañas están representados los míticos animales andinos: el cóndor, el lagarto y el puma..., forma parte del gran tesoro de mis inigualables momentos vividos. Todo ello convierte esta visita en una especie de viaje al mundo de los sueños. Ciertamente, todo lo que pueda decir sobre este enclave de poder y de saber es poco. Pero recomiendo encarecidamente que se visite.
Machu Picchu (Montaña Vieja) fue descubierta en 1911 por el profesor estadounidense Hiram Bingham. Noventa años después, aparecía ante nuestros ojos (éramos nosotros quienes aparecíamos ante los suyos) como una mítica Shambala andina, e imagino Machu Picchu custodiada por poderosos Apus (los espíritus de las montañas) y mi fantasía vuela hasta una Machu Picchu secreta y subterránea aún por descubrir.
He leído tu relato sobre Machu Picchu y me he sentido trasladada.El tren....el rio Urubamba todas las peripecias. No coincidiste, en el acceso a Machu Picchu, con otro autobús que bajaba en ese estrecho camino donde el abismo era tu suerte?
ResponderEliminarTodo ello sería, como para tantos otros,un paso más a entender la vida desde otra perspectiva. Gracias por tu relato.
Gracias a ti, Maria. Es cierto que debemos, como sugieres, entender la vida desde otra perspectiva. No hay otro camino si queremos vivir con plenitud y ser verdaderamente conscientes.
ResponderEliminarY en la vida, como sabes, compartimos caminos. Hay espacio suficiente para extender las manos y andarlos juntos, cogidos de ellas.
Va llegando el tiempo de no dejar escapar la posibilidad de hacerlo.