SAGRADO ESPIRITU DE LA MONTAÑA



Me entregué al viento. Mirando aquellas montañas, me entregué al viento. Cerraba los ojos, y le decía: qué me cuentas viento..., qué me cuentas...
Y me decía a mi mismo: voy a abrir mis sentidos a ver qué me cuenta el viento, qué historias me trae desde lejanas tierras...

Frente a las montañas... Las palmas de las manos al viento para sentirlo mejor y ser más uno con él, y recibirlo con todo mi ser... Y me dejaba llenar.
El viento era un mensajero..., y yo solo debía estar presto a escucharlo.
¿Qué me traes, viento...?.

Y miraba las montañas..., que cautivaban mis sensaciones por minutos y minutos de las cadenas del tiempo que nos contiene. Hasta que la insonora voz, la que de vez en vez rompe mis murmullos de aprendiz de despierto, me dijo:

- No son montañas...

- Si no son montañas, qué son..., pregunté.

- Son cuerpos, dijo.

- ¿Cuerpos?..., volví a preguntar.

- Habitados por los espíritus de las montañas...

Y entonces, una extrema claridad se adueñó de mí. Y las certezas, y las sensaciones, de los grandes espíritus de las montañas llegaron hasta mí, arraigando en mi interior, haciéndome saber sobre ellos, reconociendo profunda e inequívocamente su presencia.

Las montañas me cautivaron, y proseguí mi camino, acercándome a ellas. Me hicieron regalos en la forma de hallazgos, y me transmitieron sus bendiciones. Oyeron mi voz, y yo oí las suyas. Me acogieron como si uno más de sus muchos habitantes fuera.
Me sentí integrado, acogido, sentido, escuchado, plenitud caminante que se sabía acompañado y querido por tan grande ser...

Un gran espíritu habita las montañas que nos llevan a Bobastro... Me ha abierto su corazón, y he entrado. Me ha tendido su mano, y la he cogido. Me ha indicado el camino, y lo he seguido. Me ha dejado ser uno con la montaña, y lo he sido.
Volveré.





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