POTALA

El imponente Potala, en una fotografía obtenida con zoom desde la azotea del monasterio de Jogkand


Hay lugares ciertamente míticos de nuestro tiempo, lugares que forman parte de lo más profundo del inconsciente y del propio consciente de la humanidad de nuestro tiempo. Lugares que son más que emblemáticos, recordados no porque tuvieron un momento de esplendor hace centurias, sino porque tuvieron ese esplendor o un particular protagonismo en un momento del tiempo al que nuestra visión limitada del pasado, como seres limitados por ese mismo tiempo, aún alcanza. Son lugares tan próximos a nosotros que, a pesar de las distancias incluso físicas, tienes que verlos, visitarlos, pisarlos, tocarlos con tus manos. Este es el caso de Potala o Potalá, como dicen los tibetanos, la que fuera residencia del Dalai Lama hasta el momento en el que la revolución cultural china le obligó a huir hacia la India allá por 1959.  Por eso, porque es un lugar vivo, histórico y mítico de nuestro tiempo, por eso estoy ante él en esta foto. Y os puedo asegurar que, como en tantos otros lugares, estar allí no tiene precio.

A los pies de Potala
Reconstruido por Lozang Gyatso (quinto Dalai Lama) en 1648, aunque su construcción data del siglo VII, domina desde las alturas la capital política y espiritual de Tíbet, Lhasa, re-descubierta quizá para occidente por los libros de Lobsang Rampa más tardíamente pero, sobre todo, por la brillante Alexandra David-Néel, quien entrara clandestinamente en la ciudad (prohibida entonces a los extranjeros) en 1924.

Lhasa reposa al pie de enormes montañas hijas de la cordillera del Himalaya, montañas que cobijan el secreto y la leyenda de grandes maestros capaces de innumerables prodigios. Sin embargo, a pie de calle, lo que he podido observar como un visitante llegado de occidente es la naturalidad y pureza de sus gentes. Ser el centro de atención en las calles de Lhasa, por el mero hecho de ser diferente, te hace adquirir un agradable protagonismo que lleva la comunicación entre humanos diferentes al entrañable punto del contacto físico. La gente te sonríe y saluda por la calle, pide hacerse fotos contigo, y te tocan, se acercan para tocarte, extrañados de ver a un tipo alto y cabello largo que tiene, por demás, barba. Te tocan y te piden que los toques, para demostrar que no hay más sentimiento que el conocerse y que aprecies que ellos son iguales, aunque diferentes a ti.

Hacerle una foto a alguien en 
En las calles de Barkhor, en los alrededores del Monasterio de Jogkand, en Lhasa
Tíbet y mostrarle su imagen es todo un acontecimiento. En Tíbet, como quizá en otros lugares recónditos del mundo, hay mucha gente que nunca ha visto su imagen en otro lugar que no sea un espejo. Así que cuando fotografías a alguien, y le muestras su imagen, su sonrisa se propaga de oreja a oreja, y en segundos la gente se arremolina a tu alrededor pidiendo ser fotografiado.

Potala..., residencia... y misterio.... En mis sueños despierto, con mi visión lejana, en mis viajes sin moverme de casa, contemplo bajo Potala una escalera que, en espiral, desciende por las entrañas de la tierra hasta una sala acaso circular esculpida también en la piedra, donde maestros y monjes quizá en un tiempo ya pasado, compartían ceremonias, misterios y ritos. Y algo más arriba, pero aun bajo el suelo, un secreto túnel que conduce y comunica con el cercano monasterio de Jogkand. ¡Qué poco sabemos de los hermanos de Luz que adornan su traje de carne y hueso con la túnica azafrán!. Ellos han esculpido una realidad, y en ella todo aquello que parece solo fruto de la iconografía de sus creencias es tan real como el más real de los días..., o quizá es esa realidad la que los ha esculpido a ellos. Y, en cualquier caso, sea como sea, no dudo de esa realidad. Kalachakra.








Comentarios

  1. Por la magia de los sitios que reflejan la magia del ser viviente y del Universo,siendo todo solo Uno,doy gracias al Orden y a ti.Gracias por compartir.

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  2. Las gracias son para tí, Caminante. Gracias por estar ahí.
    Nos vemos en el camino.

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