Todo cuanto pueda
decir sobre Estambul es poco..., es la más mágica ciudad que jamás he visitado.
Cada ciudad es un mundo, cada ciudad tiene su ángel, su espíritu, su propia
personalidad, se ha curtido a veces a fuego y a espada, a esperanza y sueño, a
luces y sombras, y se anima del espíritu de los vientos y las aguas, de las
corrientes de energía que surcan los caminos, que traen y llevan viajeros..., como las energías que circulan por el Bósforo.
Estambul ha crecido entre dos mundos, entre dos mundos se debate, de dos mundos
se enriquece..., es una brecha abierta en el tiempo y en la historia,
importante por su ubicación, por su papel de cada momento, por sus gentes y sus
días de gloria...
Está
a caballo entre dos mundos, es la única ciudad del planeta construida sobre dos
continentes, asiática con vocación europea y europea con sabor asiático. Se le
conoció como La Sublime Puerta o como La Puerta de Oriente, no
puede ser otra: Estambul.
De
nombre Lygos, a finales del II milenio antes de JC; más tarde recibiría el
nombre de Bizancio.
A
principios del siglo IV el emperador romano Constantino El Grande la consagró
como la capital del Imperio Oriental, y su nombre fue cambiado por el de
Constantinópolis.
Después
de la adopción del cristianismo como la religión oficial del estado la ciudad
dio su antiguo nombre al Imperio Romano de Oriente.
Fue
en 1453 que los otomanos conquistaron Constantinopla, y el nombre de la ciudad
cambió una vez más, quedando como la conocemos en la actualidad.
Importante
enclave en plena Ruta de la Seda, es en realidad una ciudad curtida
entre dos civilizaciones, repleta de grandes y conciliadores contrastes entre
oriente y occidente como si de un tao de culturas se tratase. Pletórica de
magia y de misterio, de historias de opulencia y decadencia, de invasiones e
insurrecciones, por sus calles deambulan más de 11 millones de turcos. Es la
ciudad de la columna de Constantino, del obelisco de Tutmosis III y de la
columna serpiente de Delfos, el ángel custodio de los mapas de Piris Reis. Es
Istambul –El puerto de la felicidad-.
La
brisa del Bósforo, quizás llegada desde el cercano Mar Negro, me traía
recuerdos inexistentes, historias de cruzados y de templarios, sueños de un
pasado en el que esta ciudad era paso obligado, crisol de culturas y mundos
diferentes, una joya cobijada entre dos continentes, encrucijada donde riadas
de energía arrastran antiguas caravanas, y ejércitos, y gentes llegadas de
todos los lugares, afán por apropiarse de lo que nunca tendrá dueño.
Imponente
por su impresionante aspecto y por la identidad propia que posee, si existe un
lugar especial y de poder en Estambul, este es Santa Sofía. Construida en el
siglo VI, en su interior podemos encontrar señales de unos constructores
avezados en los más antiguos y herméticos secretos. Fácilmente uno puede llegar
a sentirse conmovido ante su visión, como si no fuera la primera vez que la
contempla, como si ojalá no fuera la última, como si tus pasos se contaran por
eones de tiempo y ya hubieran pisado estas y otras tierras.
Desde que dejamos
la ciudad de Constantino mi espíritu regresa cada noche y navega por el Bósforo
a la puesta de Sol, recordando las palabras del poeta: “Asia a un lado, al
otro Europa, y allá a su frente Estambul...”
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