En
las entrañas de la Tierra somos lo que somos...
Nos
hacemos en la oscuridad del vientre materno, después caminamos sobre la faz de
la gran madre que nos acoge, y finalmente nos convertimos en cenizas llevadas
por el viento, que recaen sobre su faz, o en carne y huesos que vuelven a la primordial morada hasta desaparecer.
En
las entrañas de la Tierra los primeros hombres se resguardaron del viento y del
agua, del frío y del calor, de las alimañas, de la noche del hombre en la noche
del mundo.
En
las entrañas de la Tierra los hombres mágicos, los que conjuraban a los
elementos, los que conjuraban a los grandes y pequeños espíritus de la
naturaleza y propiciaban la caza, tenían su santo cobijo y lienzo, la dura
pared que ofrecía un lugar donde pintar el mundo, su mundo, lo que todo era y
todo podía ser.
En
las entrañas de la Tierra nos acercamos a nosotros mismos, porque de ella
venimos y a ella regresaremos. Y si en mitad de este viaje la visitamos,
descendemos a sus profundidades, descubriremos que está viva, repleta de formas
energéticas que se revisten de piedra como si gota a gota se hubieran vestido y
tomado cuerpo, siguiendo patrones de una estructura sutil. Así también nos
construimos nosotros, a nuestro nivel de humanos caminantes que miran al
pasado, olvidan el presente e imaginan el futuro.
En
las entrañas de la Tierra comulgamos con la Gran Madre. En la cueva, en la
caverna, en la gruta..., encontramos el seno materno, la gran cavidad donde nos
formamos en nuestro propio origen. Pero ahora, al ingresar de adultos, como
seres inteligentes y ya formados, nos enfrentamos a la posibilidad de
re-crearnos, de re-hacernos, y emprender un nuevo sendero.
Para
la conciencia, la cueva, el seno de la Madre Tierra, es como una caja de
resonancia energética de nuestros propios modelos y paradigmas, de nuestros
esquemas sensoriales, es decir, de los esquemas que utilizamos para percibir la
realidad que vivimos e interpretarla. En nuestra anatomía, el órgano primordial
y perceptor en el que anidan los chakras superiores y de la conciencia (el
cerebro), anida en una cueva: esta cueva es la cavidad del cráneo. Por eso es
importante adoptar una posición generativa al estar conscientemente en una gran
cueva, en una cueva que realmente reúna los atributos necesarios para servir de
generatriz, de re-generatriz, nuestra.
Si
en el vientre nos formamos en la cueva nos re-formamos, nos volvemos a
formar..., si aplicamos la conciencia para ello.
La
cueva es el punto de partida. Y la cueva es el punto de refugio.
Nos
formamos física, estructural y energéticamente. Nos re-formamos en cuanto a la
estructura sutil de la conciencia.
Te
invito a que visites una cueva..., si contiene agua, mejor... pues va a recoger
sutilmente tus emociones, y las va a revertir en ti clarificadas. Si es una
laguna, deposítalas conscientemente en ella, déjalas un rato y luego recógelas.
Si es agua que discurre, proyéctalas en ella y deja que se las lleve.
En
la cueva debes pensar en tu gestación en el vientre de tu madre, en la
gestación del hombre, de lo que somos y significamos, y en tu propio
abocamiento a la primera luz que viste de este mundo, significando tu
alumbramiento. Y después debes pensar en ti mismo en el instante presente, en la situación que te encuentras en ese
preciso momento: dentro de la Madre Tierra, en el gran seno materno de la
humanidad, formándote de nuevo, para momentos después salir a la luz del mundo
y comenzar a caminar. Piensa cómo quieres caminar, cómo quieres vivir, qué
esperas de ti mismo y de la vida. Y entonces, una vez hayas completado este
proceso, abandona la cueva con la sensación de que naces a una nueva vida.
Estarás dando, de nuevo, tus primeros pasos.
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