Antes
o después tenía que hacerlo, tenía que abordar con vosotros, para vosotros,
para mi mismo, el acontecimiento más crucial que sucede en nuestra existencia
una vez atravesamos el túnel uterino de la vida y nos bautizamos con el primer
hálito de vida, y nos enfrentamos al mundo con el primer llanto y la primera
sonrisa. Y este acontecimiento, parejo al hecho de nacer, es la incuestionable
realidad de que, antes o después, deberemos transitar por el camino de vuelta
que nos hará regresar a la realidad intangible que nos vertió aquí, lo que
llamamos muerte. La muerte como camino. La muerte como despertar. La muerte
como cambio. La muerte como renacer. La muerte del ego, de la personalidad más
coercitiva y el resurgimiento de la naturalidad del Ser, de lo que somos.
Hemos
aprendido a vivir la vida y a vivir la muerte de manera errada. Cuando
plantamos una semilla y el fuego y el agua, la tierra y el aire, la hacen
germinar y crecer, desarrollarse y finalmente dar sus frutos y perecer, en ello
no hay drama, sino la mayor de las maravillas posibles. Es el milagro de la
vida. No es el milagro de la muerte, sino el de la vida.
Somos
semillas que germinan y hacen su camino buscando el Sol, pero articulando palabras y pensamientos,
sueños y temores, pisando piedras y clamando al cielo, siguiendo cauces de
aguas cristalinas y bebiendo mil historias que digerir, trascender y superar.
Pero tenemos que enfrentarnos al incuestionable hecho de la muerte con la
mirada más cristalina, menos temerosa, con la voz del que canta a la vida y a
su continuidad.
Enfrentarnos
a la muerte, vivirla, es mirarla frente a frente, sin tapujos, enfrentarnos a
su realidad más sincera y afrontar el hecho de la permanente hermandad entre lo
que llamamos vida y lo que llamamos muerte, las hermanas siamesas de la
realidad del hombre y la finitud de su cuerpo.
La
esencialidad de una rosa no vive en sus raíces, ni en su tallo, ni en las
espinas que la protegen, ni siquiera en sus pétalos. Su más humilde y sutil
esencialidad pervive en el aroma y en la luz que refleja que alegra el alma y
adormece el dolor.
Antes
o después debemos enfrentarnos al hecho no solo de que debemos morir, sino al
hecho de que debemos afrontar la muerte como un momento iniciático previo a
renacer de entre nuestras cenizas y caminar una vida nueva en un camino nuevo.
Si me das la mano y cruzamos juntos al otro lado de la Laguna Estigia lo
habremos conseguido.
La
muerte es un nivel de la conciencia que se expresa en el minuto a minuto, en el
pequeño tiempo de lo cotidiano y en el gran tiempo de toda una vida.
Es
un estado de la propia conciencia. No tiene que ver con la desaparición de la
finitud que significa vestirse con un cuerpo errante en un mundo errante por el
vasto océano del espacio.
Morir
es perecer ante el miedo, ante la vacuidad de un sentimiento que se agota con
cada paso que damos y se alimenta con cada paso que no damos. El miedo, el
temor, es la daga que se hunde en el corazón de la mente y la mantiene
adiestrada en el apego, la culpa y la comodidad. Todo ello es fruto del miedo.
Todo ello significa a un nivel, a este nivel, la muerte.
El
miedo mata a la mente y esto viene a significar la desaparición de un estadio
superior de la misma, en la que se libera y adquiere el primer matiz de la
conciencia, de la expresión de la autoconciencia y de su praxis en la vida: la
objetividad consciente, que se expresa en lo siguiente: Es lo que ves. Lo que
ves es.
Morir
es perecer a la tristeza, vivir en la permanente agonía que significa la ausencia
de un motivo que justifique los amaneceres que se suman desde que nacemos hasta
que tomamos la última puerta, la que conduce al hogar de los antepasados y a la
morada de la primera noche.
Morir
es mantener los ojos cerrados cuando más abiertos debemos tenerlos, no
despertar en esta vida sin tiempo confinada por el tiempo, en este transcurrir
de constantes atardeceres en los que el Sol siempre se marcha por la misma
dirección.
Morir
es no ser consciente de lo que somos y pensar que somos nuestro reflejo en el
agua, el claro-oscuro de la luna llena afirmando ser un sol que disipará
nuestras dudas.
Antes
o después deberemos enfrentarnos al hecho de que vida y muerte caminan de la
mano. Morir, todos debemos morir. Pero morir, además, todos morimos minuto a
minuto, con cada hálito de vida y de luz que atesoramos. Morir es una necesidad
porque sólo la muerte nos hará despertar a lo que somos. Sólo la muerte del ego
nos hará andar los caminos que solo despiertos, con los ojos bien abiertos,
podemos andar.
Morir
es una necesidad, porque morir no es final para un principio que nunca hubo.
Morir es el inicio. Enfrentarte a tu muerte, a la pequeña y a la gran muerte
que significan el día a día creyéndonos reconocer en el espejo cuando en él nos
miramos.
Muere
para resurgir. Muere para renacer. Porque hasta ahora hemos creído haber nacido
al llegar a este mundo cobijados en vientres henchidos por la vida. Cuando
realmente nacemos es cuando morimos.
Pero
si morir es una necesidad para la vida, para la auténtica vida, matar a la
muerte es una necesidad para nacer de nuevo y renacer de entre nuestras propias
cenizas. Para nacer hay que morir. Para morir hay que nacer.
El
miedo a la muerte y el miedo a la vida esconden el gran miedo a desaparecer del
ego, que se aferra al tiempo, a lo concreto y pasajero para afirmar su
permanencia en lo que no es permanente, porque huye de su propia transitoriedad
y necesita reafirmarse. Y así el miedo a morir, como el miedo a afrontar todo
aquello que amenace con mover nuestros cimientos, se corresponde finalmente con
el miedo a la vida, porque todo cambio significa un fin con respecto a un
estado de cosas previo. Y en la vida todo es movimiento, un constante, un
permanente flujo, una dinámica en la que cada momento significa con respecto a
otro una muerte y una resurrección.
La
pequeña muerte es la cotidiana, el persistente amanecer-anochecer de nuestros
días, momentos, tiempos en los que afirmamos y reafirmamos de manera pertinaz
que somos lo que no somos y vivimos bajo la sombra del más profundo sueño.
La
gran muerte es la vida en sí misma, porque significa la sumisión del Ser a la
realidad de la personalidad asumida por el ego y el olvido de lo que Somos en
la más profunda esencialidad de nuestra naturaleza.
Despertar
a la pequeña muerte es tomar conciencia de que no somos lo que creemos ser.
Despertar a la pequeña muerte es Despertar.
Despertar
a la gran muerte es el umbral de la iluminación si no la iluminación misma, es
la aniquilación del ego y el abocamiento del Ser en este mundo de carne y
tiempo, de espacio y huesos.
Morir
todos morimos y todos deberemos atravesar el umbral que nos aleja de este mundo
por la puerta de la aurora, la que recibe al Sol cada tarde al término del día,
la que traza el camino de luz que nos lleva de vuelta a casa.
Llegamos
desnudos y desnudos nos marcharemos, sin más equipaje que el bagaje de lo
vivido, los pasos dados en esta oscuridad, las luces y las sombras sembradas y
recogidas, los recuerdos y los olvidos. Pero debemos afrontar la pequeña y la
gran muerte. Porque es la única forma de vivir, de vivir, de lo que significa
realmente vivir.
Morir debería ser un acto consciente. Un viaje astral más; El definitivo, en esta pequeña obra de teatro en la que hemos y estamos participando…pero el miedo lo hace todo tan complicado. Lo hacemos tan complicado que la gente se aferra a la vida y quienes les rodean también quieren que se aferren a ella porque tienen miedo a un dolor inventado y así, tremendas enfermedades y agonías no hacen sino buscar del ego del moribundo su consentimiento por agotamiento para pasar al otro lado, porque nada se hace sin consentimiento, piense el mundo lo que piense.
ResponderEliminarTodo lo que no se rinde al fluir, es sacado del sitio de manera brusca y dolorosa. Las energías se cruzan. Los parientes comienzan a rezar sin preguntarle al moribundo…¿ha llegado tu partida o tienes que seguir aquí? Y lo que debiera ser tan sencillo como cambiar de ciudad, se convierte en atroz lucha en la que todos tienen que ir diciendo; Si. Quizá por eso, algunos deciden la marcha sin aviso porque ese cruce de creaciones egoícas, la hace interminable.
Me gustaría un día decir: Tal día me voy y quiero organizar una cena con todos los que me ayudasteis a caminar por aquí. Seguiremos en comunicación, pero de manera distintas…tan solo no os podré abrazar ni me podréis abrazar físicamente, pero seguiremos en contacto. Quiero que preparéis mi marcha con esas viejas canciones que tanto me gustaron en este lugar de la vida y solo una rosa, porque seguro que encontráis alguna en el jardín que quiera sacrificar su belleza por formar parte de tal camino, pero sobre-todo… vuestra alegría.
…Después, como aquellas viejas indígenas, caminar hacia un lugar de cualquier campo florido, al lado del roble más viejo y salir de este cuerpo de forma consciente y sonriente, porque volver al hogar siempre ha sido motivo de una inmensa alegría.
Hermoso tema, Miguel Angel.
María.
Y hermosa tu aportación, María. Todos caminamos en una dirección convergente, hacia un mismo punto que nos iguala a todos. Irse con ternura, irse con conciencia, irse despierto... y dejar marchar cuando llega el momento. Gracias.
EliminarAmigo Miguel Angel. Estoy viviendo la difícil situación de ver como se acaba una vida. La de la persona que me dio la vida. La de mi madre. Soy un buscador inquieto de todo aquello que me aporte teoría útil para llevándola a la practica, ser mejor persona y mas sabio. Queda tanto por recorrer...He buceado en oriente...Krishnamurti, Aurobindo, Ramana Maharsi...En occidente...Rudolf Steiner, Max Heindel, Omraan Michael Aivanhov, Vicente Beltran Anglada, y como no...CAYETANO. El amigo y hermano de todos. He leído EL Genesis, según la Biblia, según Zechariat Sitchin, el Popol Vuh, La Bagavhad Guita, El Dhanmapadda...He mirado en teosofía, Rosacruces, Gnosticos...Y no es suficiente. Cuando se va a ir próximamente LA MADRE, el desconsuelo llega. Las palabras se tornan vanas. Se llora...Se entiende, si, pero no es posible anular el dolor, ni quiero anularlo. Quiero llorar cuando tengo ganas, y reir cuando puedo. La muerte no se realmente que es salvo en lo físico. Trabajo en un hospital y se que ocurre. Tan solo dos cosas me hacen seguir pensando sobre ello...adonde va la energía BioElectroMagnetica que registra el encefalograma cuando se fallece??? y...Es una broma de mal gusto creer en le reencarnación, si de existir, en la próxima vida volveras a hacerte la pregunta de si de existe la reencarnación, ya que no hay una prueba REAL de que exista??? Nada mas, amigo, Buenas noche y gracias por aportar PAZ y SABIDURIA con tus reflexiones.
ResponderEliminarAmigo Pedro..., el tránsito, el dolor..., la despedida.... No debemos huir del dolor... cuando enfrentamos el dolor, lo vivimos y no luchamos contra él, entonces desaparece, se disipa, se diluye en tu interior..., pero obsérvate en tu dolor y adquirirás una visión diferente del mismo. Cuando no luchamos contra nuestro dolor,sino que lo asumimos con la conciencia del que sabe que es normal y humano sentir dolor en ese momento..., que la muerte es un camino de vuelta,que forma parte del viaje de la vida, en ese momento desaparece...
ResponderEliminarLa gran experiencia de la conciencia deviene de eso... de la propia experiencia de la conciencia. Nadie camina nuestros pasos, ni vive nuestra vida, ni suple nuestro dolor, ni ríe nuestra risa... Tu madre seguirá senderos de luz que la llevarán a su hogar primigenio, a la casa de sus antepasados y de los primeros antepasados... No hay mas que luz en un mundo de claros y oscuros. Te deseo lo mejor en esa experiencia, la mayor claridad y conciencia. Y el mejor de los viajes en el ser que te trajo al mundo y a su mundo regresa.
Gracias Miguel Angel. Gracias...
ResponderEliminarAmigo Miguel Angel. Fallecio mi madre y agradezco tus palabras de animo y comprensión. Las lei poco antes de ir a su entierro aunque asi dicho no es cierto del todo, y te lo explico...Al igual que al amigo Cayetano Arroyo, a ella se la llevo una enfermedad en forma de cáncer. Tal vez por que durante los tres meses que duro su enfermedad y su dolor pudimos comprender...Tal vez, también por las sabias palabras que nos dijo durante ese tiempo...Y por que uno este en cuanto a lo espiritual en determinado estado evolutivo que hace entender mejor todo esto...En definitiva...NO ESTA EXISTIENDO DUELO. NO HAY LAGRIMAS. Solo hay UNA INFINITA SENSACION DE AMOR, PAZ Y FELICIDAD. Se que me entiendes. No digo, - ojala asi lo sea- que hayas tenido que pasar por esto para comprenderme. Quiero decir que también te encuentras evolucionado en lo espiritual como para saber que quiero decirte. Por eso puse que al principio que lo de ir a su entierro no era cierto del todo. Entierro??? O nuevo renacer??? Final??? o Principio???...Su rostro sufrio una trasformación pasando del dolor y el sufrimiento a la felicidad desde el momento en el que fue sedada de forma continua. Asi murió horas después. Su rostro era bello...Habia tanto amor...una expresión de felicidad...En fin Amigo...quería compartir contigo y con quien asi quiera leerlo, esta reflexión. NO HAY MUERTE. Se acepta como algo obvio el proceso por el que va a pasar el cuerpo físico...bien. Se puede uno, - si asi lo quiere - martirizar pensando que ya no la ves...bien. - NO ES MI CASO - aunque efectivamente, no la veo...Pero si se comprende LA BELLEZA DEL TRANSITO DEL FINAL DE UNA VIDA A OTRA la cosa cambia. NO HAY DOLOR. NO HAY LLANTO. HAY AMOR...INFINITO AMOR...PAZ...Gracias por dejar que quienes tenemos cosas que decir, podamos decirla Amigo. GRACIAS...
ResponderEliminar¿Qué puedo decirte, amigo?. El río de la vida continúa su curso. En su viaje sólo verá Luz y tus pensamientos tendrán el merecido reposo de quien sabe que, cumplido su tiempo y hecho su camino, solo quedaba el regreso a casa... no la muerte, el final, la marcha..., sino el regreso a casa.
EliminarMis mejores deseos de Luz en el camino para tu madre, tu familia y para ti mismo.
Un abrazo.