A solas estoy con
el Maestro.
Siempre me
acompaña.
Siempre está
conmigo.
Vive en el aire que
me envuelve.
En la luz que
ilumina mi camino.
En mi propio
camino.
Y en los pasos que
doy,
desde que el sol su
faz levanta por el horizonte.
A solas estoy con
el Maestro,
pues vive conmigo.
Me habla en sueños.
Sueña mi despertar.
Y alumbra el
torrente de palabras
en las que viven
mis pensamientos.
No hay un minuto
que no esté con Él,
que Él no esté
conmigo.
Nació el mismo día
en que yo nací,
a la misma hora,
de la misma madre,
del mismo tiempo.
Y adornó su cielo
con las mismas estrellas.
Él soy yo y yo soy
Él.
Cuando adelanto un
pie, adelanta un pie.
Cuando suspiro,
suspira.
Cuando río, ríe.
Cuando canto,
su voz canta y
canta su corazón,
y me deja oírlo.
Porque oírlo es
reconocerlo.
Y reconocerlo es
amarlo.
Y amarlo es ser Él,
despierto,
con los ojos del
alma abiertos de par en par.
Y entonces se
siente alegre en mi
y yo me regocijo en
su Verdad,
que es la mía.
Porque ambos somos
uno.
Somos el mismo.
Y su Verdad es la
Verdad.
A solas estoy con
el Maestro.
Y en la soledad
compartida de ser uno con Él,
le digo:
Hágase en mi la
Voluntad,
que es Tuya,
sostenedora del cielo y de la tierra,
de todo lo que en ella habita,
y hacedora del río
de la Vida.
Que mis pasos sean
los tuyos,
mi rezo tu rezo,
y el vuelo de mis
palabras el de las tuyas.
Porque Tú eres el
camino,
la verdad y la
vida.
Que así sea.
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