- Soy tú, amado
discípulo.
- ¿Pero cómo puedes
ser yo?.
- Sencillamente,
porque yo soy tu.
- ¡Pero si tu eres
yo..., entonces yo soy tu!.
- Así es. Ya te lo he dicho.
- ¿Y tu sabiduría
es pues mi sabiduría?.
- Cuando comprendas que todo conocimiento te pertenece y que tú mismo eres el Maestro que
necesitas, entonces reconocerás la Maestría de la propia vida y la siguiente
verdad:
Cada hombre,
cada mujer... es tu Maestro. Pero sobre todo: tú eres el Maestro. Pues nada
puedes aprender que no viva dentro de ti.
- ¿Maestro, de qué
te conozco?.
- Me conoces de
ti mismo.
- ¿De mí mismo,
pero si acabo de verte por vez primera?.
- Entre tu y yo no hay
más distancia que tus palabras y el olvido que cabalga sobre ellas.
- ¿Maestro, quién
fue tu Maestro?.
- No he tenido mas
Maestro que el amor y la compasión que camina sobre el mundo como la luz
brillante de ese amor.
- ¿Pero quién te
habló por vez primera de todo ello?.
- Me hablaste tú.
¿Acaso no lo recuerdas?.
- ¿Yooo...?. ¡Pero
si apenas se levantar la vista por encima del horizonte!. ¡Y mucho menos otear
la vida como si buscara las estrellas del cielo en el confín del mundo...!
- En verdad te digo
que tú eres mi Maestro, el que siempre estuvo a mi lado y me dio la palabra perfecta
en el singular momento de mi incertidumbre y de mis pasos dados en la
oscuridad.
- ¿Maestro pero, en
verdad, quién eres?.
- En verdad yo soy tu.
Y mientras sigas buscando fuera lo que has de buscar dentro serás como el
viento que se busca a sí mismo en las hojas que arrastra.
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