Fotografía de ABC.es |
Me senté con él a la mesa. Se había erguido como un hombre y como un hombre me hablaba. Sus modales y su sensibilidad delataban humanidad…, la que nos falta a los humanos y la que se supone no tienen los toros.
Se llamaba Cenizo, era negro como el carbón y su mirada encerraba la nobleza de lo previsible. Ningún daño podía esperarse de él. Al contrario, su necesidad por entender clamaba compasión hacia mí, representante de lo humano que era… sin pretenderlo ni quererlo.
Al poco me preguntó: "¿Por qué?. ¿Por qué lo hacéis?. ¿Por qué mi gente, de casta brava y porte regio, ha de ser torturada hasta la muerte?."
Si hubiera sabido qué contestarle habría sido todo más fácil. ¿Cómo definir lo sinsentido?. ¿Cómo justificar el escarnio, el sufrimiento infligido… por divertimento, por afición…?. ¿Dónde encontrar el sentido de algo que dicen es arte?. ¿Desde cuándo es arte la tortura, la sangre y el dolor?.
Se sentó conmigo a la mesa, y la silla crujía. Pero más crujía el aire, se quebraba, se rompía… y el toro lloraba. Cenizo lloraba su destino… y casi el nuestro.
Algo va mal en el ser humano cuando el vandalismo más cruento se justifica, cuando se llama arte a la sangre derramada, al dolor vendido en ventanilla, y se llama fiesta… taurina. Que le pregunten al toro, a ver qué opina.
Se llamaba Cenizo. Su mirada escondía dos penas, la suya y la mía.
Buenas noches,
ResponderEliminarMe ha encantado lo escrito, ojalá haga reflexionar a muchos.
Un saludo cordial.
Francisco Ángel
Muchas gracias, Francisco Ángel. Un saludo.
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