EL VIEJO DE LA MONTAÑA: SIRIO

El Viejo de la Montaña contemplaba las estrellas. Su costumbre era hacerlo tras la caída del Sol, cuando este huye tras el horizonte y el paño de oscuridad acaricia el cielo. A la hora mágica, el momento crucial en el que la noche cae sobre la mente y esta se aquieta.

Y al hacerlo las estrellas se movían. Tras la caída del Sol, este penetra en el corazón del hombre y la oscuridad del cielo es la templanza del alma. Y el alma templada brota a borbotones por los ojos. El cuerpo de luz resplandece como a ninguna otra hora. Y las estrellas se mueven. No todas, pero se mueven. Cruzan el cielo y responden al pensamiento. Y entonces las grandes preguntas acuden a él.

Bajo las estrellas el Viejo solo es un sueño que se sueña a sí mismo y que despierta en cada una de ellas. Abre los ojos y despierta hacia dentro, porque hacia fuera solo se puede dormir.

Una noche, mirándolas, el Viejo de la Montaña se preguntó a sí mismo: ¿De dónde vengo?. ¿Qué estrella es mi cuna, la cuna de mi alma?. ¿Dónde se gestó el primer yo que atesoré, antes de migrar de mundo en mundo buscando mi despertar?. Y la estrella reluciente que conocía como Sirio emitió un destello que atravesó su alma. Su luz prendió en él, y prendida quedó para siempre.

Sirio, su benevolencia acaricia los corazones. Y su compromiso no tiene tiempo.





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