EL VIEJO DE LA MONTAÑA: AIRE




En el atardecer del primer día del nuevo tiempo el Viejo de la Montaña descendió al valle en busca de aire fresco. En la montaña el aire se reseca en exceso pues los tórridos veranos del sur no se alivian en las cumbres. Hubo un tiempo en el que el sabio que todo lo desconocía vivía impasible los cambios atmosféricos. El aire solo era aire para él. Y la brisa tan solo aire fresco. La juventud le permitía vivirlo con la entereza del roble antes de cumplir los cien años. Ahora su caminar se ha vuelto más lento y el tacto del aire sobre su piel un poco más hiriente, pero por dentro se siente intacto.

Al llegar al valle la muchedumbre le esperaba. A la orilla del Río de la Vida ya había llegado la noticia de su descenso. Y toda visita del viejo sabio era bien recibida. En estos últimos tiempos se había vuelto un tanto más retraído, siendo del parecer que todo aprendiz que en verdad quisiera serlo tendría que subir a la montaña para aprender lo que él no podía enseñarle.

Ahora el rumor del agua se fundía con sus palabras y el canto alegre de los pájaros parecía dibujar colores en torno a su mirada, que era profunda como un cielo repleto de estrellas.
Oírlo era sentirlo porque su verso, la prosa de sus palabras, era prosa viva que sonaba a poesía cargada de sentido. Justo es decir que su verso conmueve y que conmueve porque llega al alma, la acaricia, la estremece, cimbrea la dama de noche esparciendo su fragancia. 

Nunca fue un hombre cualquiera, ni un niño cualquiera cuando su juventud apenas era un sueño tejiéndose en el futuro. Es cierto que era un niño solitario, quizá porque desde que tuvo uso de razón su razón no lo fue al uso y su madurez no acompañó nunca a los años que tenía. Ahora, en el tiempo que sin tiempo se refleja en su piel agrietada, vuelve a ser un niño y dice soñar despierto (que es como sueñan los humanos que levantan el vuelo). 

Algún día abandonará este mundo de tierra y ceniza, de piedras y atardeceres. Este mundo tejido bajo el brillo de las estrellas y envuelto en nieblas. Algún día andará el camino sin volver la vista atrás, como siempre lo ha hecho. Pero esta vez no regresará, no bajará de la montaña buscando el beso del valle, el que da sin labios cuando el calor aprieta donde las cumbres rozan el cielo. Cuando se marche se habrá ido para siempre. Entonces será recordado como lo que fue o acaso como lo que creímos entender que era. 

Todos tenemos que hacer nuestro camino, como el Viejo de la Montaña: de la montaña al valle y del valle a la montaña. Así es la vida.






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